viernes, 15 de abril de 2011

VIVIMOS ENGAÑADOS


"Las desigualdades de la estructura no son producto de la economía, sino de la falta de valores y de moral en la sociedad". Aplaudo el hecho de que Durkheim haya sido capaz de decir algo que ya tocaba oír. Sí, la economía ha demostrado que no puede sostenerse por sí misma, pero el problema es que no vemos lo que hay detrás del capitalismo: una falta total de moralidad en la sociedad actual.

La llamada democracia o capitalismo controlado por el Estado en busca de un estado de bienestar debería valernos para llevar una vida plena, satisfactoria. Pero no es así, vivimos engañados. La pseudodemocracia en la que nos encontramos no es otra cosa que un capitalismo puro vestido de ligeras leyes de igualdad que intentan que nos creamos. Nuestra democracia se mueve por dinero, un dinero que moldea nuestra moralidad, que hace que el más fuerte aplaste al más pequeño, sólo por unos billetes verdes más. Como dijo Quevedo: "Poderoso caballero es don dinero".

Por otro lado, el comunismo defendido con fervor tampoco creo que sea un planteamiento totalmente negativo. En sus bases, el comunismo promulgaba la hermandad a través de la repartición, de unos mínimos asegurados. Pero como todo, la práctica difiere totalmente de la teoría. Los dirigentes de este tipo de economía masacran al pueblo a propaganda política y favorecen la sumisión y la falta de metas y conocimiento.

Ahí radica el problema: el Estado defiende las estructuras de poder, defiende a los más altos cargos, se defiende a él mismo, con el motor del dinero. ¡Ah! Y en última instancia defiende al pueblo, un pueblo que le da de comer y que le da lo más importante: su voto de confianza para cambiar y mejorar la realidad. El Estado debería preservar los valores morales, guiarnos por ese camino.

Claro que todo esto se puede relacionar con la publicidad. La publicidad, como los medios de comunicación, baila al son del gobierno, de la economía y juega con nosotros dándonos esperanzas de felicidad. La publicidad nos entretiene, nos divierte, hace que nuestra mente olvide lo importante y se reduzca a pensar en cómo satisfacer unas necesidades inexistentes. Ya no vivimos en el mundo, vivimos en el primer mundo; del resto, no sabemos nada.

Para decir todo esto, hubo un documental que me abrió los ojos: Zeitgeist. Está claro que no puedo afirmar con total seguridad que lo que se dice en él sea verdad, pero desde que lo vi todo me cuadra, todas las fichas encajan hasta formar el mundo en el que vivimos. Las fantasías de las novelas que hablaban de unos seres que dominaban el planeta, que movían nuestros hilos, se ha hecho realidad: somos millones y millones de seres humanos que alimentan a unos pocos. La publicidad mueve fronteras.

Al igual que Durkheim, este documental (unido a otros) también habla de una división de trabajo, una división de trabajo en la que creo férreamente. Si no hay trabajo se reparte, si no hay dinero, también. No puede ser que alguien trabaje a doble jornada y otro se esté muriendo de hambre; no puede ser que alguien se limpie con billetes de 500€ mientras otros no tengan dónde caerse muertos. ¿Dónde está nuestra moral, nuestra conciencia y nuestro altruismo? No deberíamos dejar que unos pocos decidan por todos, es necesario cambiar nuestra moral, humanizarnos. Lejano veo el día en que el egoísmo se torne en la búsqueda del bien común.

Anteriormente he nombrado a los medios de comunicación, equiparándolos con la publicidad, creo que no miento. Los medios de comunicación muestran lo que quieren, no son objetivos, nunca lo han sido ni nunca lo serán. Por lo tanto, nos informan de lo que interesa al dinero, a la economía y de vez en cuando a los intereses ideológicos de la cadena o del Estado. Nos muestran un espectáculo, nos alejan de la realidad aunque supuestamente nos informen de ella. Los medios de comunicación muestran lo que puede crear audiencia: o banalidades o desgracias. Mucho Gadafi y poco Costa de Marfil, pero claro, allí no hay petróleo, así que nos hacen mirar hacia otro lado.

En cuestión de entretenimiento, poniendo como ejemplo la televisión, ésta no hace otra cosa que hablar de un extremo o de otro: ricos o pobres (véase Callejeros), ése es el entretenimiento que nos ofrecen, ésa es su visión de la sociedad española. Unos nos tienen que hacer sentir peor y otros mejor, así nos mantienen callados. Aunque creo que directamente no nos reproducen la estructura de la sociedad española, simplemente nos tapan los ojos con un velo y, ya de paso, nos divierten.

Resumiendo: la publicidad, como ya he dicho en otras ocasiones, no hace otra cosa que seguir al dinero, diciéndonos cómo vivir, arrebatándonos toda moralidad e identidad. Pero, ¿qué esperamos? ¿Que surja una publicidad utópica que nos guíe por el camino del bien común? Ojalá; aunque si llegase ese día, decid adiós a la publicidad.


Leticia Soler López

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